martes, 6 de noviembre de 2012

Fernanda y la morena con olor a nuez moscada (NSFW)

Del cuello de Fernanda colgaba un crucifijo de madera, que se perdía entre sus dos abultados senos, que trataban de escapar de la abotonada blusa de colegio. 
El crucifijo se movía, mientras Fernanda se inclinaba tratando de leer y releer el mismo pasaje bíblico de su tarea una y otra vez. Era imposible, sus manos le sudaban, el roce de las medias con sus muslos hacía que su respiración se volviera rápida y pesada. No podía concentrarse en la biblia; ni cuando empezó a hacer sus plegarias. 
Fernanda decidió cerrar la biblia de un golpe, no podía concentrarse en ese pasaje bíblico. Dentro de su cabeza solo escuchaba el eco de la propuesta de esta mañana. 

Mientras se desabotonaba la blusa de manga larga escuchaba la voz de su amiga cerca de su oído, susurrándole, mientras dejaba salir los dos pechos aprisionados en esa camisa de colegio recordaba las palabras que le causaban esta confusión. 
Luego se quitó la enagua del colegio, que por regla de las monjas debía estar cuatro centímetros bajo la rodilla y la ropa interior y de último el crucifijo, que metió en la última gaveta del mueble, junto con la gran y pesada biblia y se acostó boca arriba. 

"Fer, esta noche te buscaré en tu habitación. Vas a pasar la mejor noche dese que has estado en esta prisión". Las palabras no se iban a ir, y ante el recuerdo del aliento cerca de su nuca, su delicioso olor penetrante y el cabello rozándole el cuello; no podía evitar que sus pezones se endurecieran y sintiera el cosquilleo en su vientre, que ya había sentido cuando veía las nalgas de la morena moverse por los pasillos. 

Una de sus manos bajo hasta la parte baja de su vientre y con las yemas de sus dedos empezó a sentir los latidos y a bajar por todo su cuerpo. Empezó a sentir sus vellos púbicos, cuando un golpeteo en la puerta de su habitación la hizo salir del excitante trance. 
Fernanda rápidamente se envolvió en una bata corta y se acerco a la puerta; su corazón latía rápidamente y sentía un vacío en su vientre. Podía percibir a la morena del otro lado de la puerta y sin despertar a las estudiantes de los cuartos contiguos abrió la puerta. 

Cuando abrió la puerta, contempló el rostro de la morena. 
Sereno, adornado con una sonrisita pícara y esos ojos, esos ojos penetrantes , color canela; reflejaban deseo y lujuria. Su cuerpo, su postura... reflejaban deseo, ella deseaba a Fernanda en toda su gloria y resplandor, la deseaba encima de su cuerpo sublime color caramelo. 
Se paraba ahí, en frente de los ojos verdes y sorprendidos de Fernanda, se paraba ahí sin nervios y confiadam con una bata traslúcida que dejaba ver sus pechos medianos. Fernanda siempre soñó tener esos pechos medianos en su boca y en sus labios. 
La había observado detenidamente, antes que su cara estuviera a centímetros de la de Fernanda. La morena olía a nuez moscada y su cabello cuando se inclinaba al frente de su cara, rozaba sus pezones; haciendo a sus piernas humedecerse. 
La morena la tomo del brazo y le planto un beso, sí un beso pecaminoso y placentero; un beso entre mujeres, con toda la intención del mundo de causarle placer en todas las fibras de su cuerpo. 

Fernanda la deseaba, deseaba ese cuerpo color caramelo encima suyo, tomo la mano de su compañera y la dirigió a su cama; su sorpresa fue, la reacción de su hermosa compañera al negarse y dirigirla hacía la capilla. 
Esta era una violación a las reglas, un pasaje a una expulsión segura, una ofensa ante los ojos de Dios; pero, ya no había nada más que hacer, el deseo estaba ahí; palpitante y progresivo. 

Llegaron a la capilla, ahí en frente del altar, la morena acostaba a Fernanda arrebatandole su bata, sus valores, su moral y su pudor; al frente de su mismo Dios. 
Su escultural cuerpo, su cuerpo de santa se mecía encima de ella, sincronizado con el cosquilleo de su clitoris. 

Mientras, detrás de las puertas de la iglesia, se escondía Sor Mariana; con el hábito levantado y la mano bendecida por Dios haciendo movimientos circulares en su clitoris, sor Mariana con la respiración entrecortada y las dos niñas exclamando plegarías al unísono, apasionadamente en la banca de una iglesia. 


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