lunes, 23 de enero de 2012

Monólogo de una zorra

Con el ritmo de mis tacones al caminar, de fondo, escucho algunas voces que en modo de juicio me gritan: ”zorra”, algunos tienen el descaro de decirlo a modo de susurro, algunos son más valientes y me lo gritan.
Mientras mis caderas se contonean de un lado al otro con la falda ajustada, escucho las voces, los comentarios llenos de lujuria y uno que otro silbido y claro que me gusta.
Sí, yo no soy una de esas mujeres que se esconden detrás de un título de dama, que aprisionan todos sus deseos sexuales detrás de una falda una cuarta bajo la rodilla, que cubren sus pensamientos más sucios con unas mangas largas y un famoso cuello de tortuga.
Y allí voy con el escote que hace que la mitad de mis senos se encuentre al aire, y no me da la gana cerrarme ni un solo botón a pesar de las miradas inquisidoras de las señoras que caminan del otro lado.
Sí después de todo el título bajo el que me etiquetan no es más que un animal, la hembra del zorro, a menudo clasificado bajo características de astuto, travieso y hasta relacionado con un héroe, la hembra del zorro, la zorra no es nada menos que su compañera, también traviesa, astuta y dominada bajo sus instintos.
No me puedo ofender o alguna cosa parecida, cuando escucho esas voces que me tildan de zorra, por disfrutar la vida, las cosas que traen placer en el mundo, por tener mi pensamiento amplio y por estar siempre abierta… a experimentar cosas nuevas.
Al fin y al cabo, todas esas voces, femeninas la mayoría, en realidad todas, son zorras, aunque estén dormidas, lo son. Ellas podrán esconder su zorra interna, con esa mirada inocente, con su ropa decente y su actitud moralista, pero, a mí no me engañan.
Yo sé que piensa la señorita que pasa encerrada en la iglesia, que tiene sus senos escondidos detrás de una blusa holgada, asfixiados, sus caderas aprisionadas bajo una enagua hasta los tobillos. Ella con su mirada baja, solo puede pensar en sus momentos libres como le gustaría que un hombre, o tal vez una mujer la hiciera sentirse sensual, sacar todos sus deseos de ese cajón donde los tiene guardados. Claro, que intenta sacar a la zorra interna, que se lo pide a gritos con sus constantes rezos y penitencias.
También sé que esas señoras con sus palabras de juicio y sus miradas chismosas, cuando llega la noche, las invade el recuerdo de sus días cuando sus pechos eran puntiagudos, esas aventuras a escondidas, el sudor de un hombre y ese calor que inundaba su ingle apasionadamente.
A mí nadie me engaña, ni siquiera aquella ama de casa perfecta, con su cabello perfecto que cocina para su esposo y cuida del bebe hasta que este duerme. Pero, luego de arrullarlo y acostarlo, cuando el esposo viene a casa, ella no quiere ni lavar ni servir, solo quiere que la tomen con los deseos más apasionados y pervertidos en la cama, la mesa, la alfombra…

A mí nadie me engaña, todas somos igual de “zorras o “putas” sea cual sea la identificación que nos den. La diferencia es que algunas nos dejamos llevar por el deseo incontrolable y otras lo ahogan con hipocresía y doble moral, pero, al caer la noche, cuando el silencio más agobiante llega, todas queremos lo mismo.
A mí no me engañan yo sé que la vecina, esa que pasa en la iglesia, yo sé que cuando habla conmigo tiene fantasías en su subconsciente, también sé porque conozco la mirada, que cuando habla con el verdulero de la esquina tiene sus fantasías también y tal vez de esas si es más consciente.
Yo sé que cualquier título ya sea “puta”, “zorra”, “guarra” lo llevamos todas, no importa el tamaño o el color, o la preferencia sexual, nunca se puede acallar a esa zorra interna lo suficiente, nunca se pueden ahogar esos pensamientos sucios lo suficiente.
Yo, juzgada por externar lo que soy y las otras, admiradas por acallarlo.

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