Todas las madrugadas era costumbre, ver a alguna pareja pasar por la ruta del amor, pero esta pareja era diferente. Sus manos se juntaban más apretadas de la cuenta, la mirada en sus ojos, las sombras no tenían sentido alguno. Empezaron a bailar, pero sin intimidad, sin mirada de complicidad, sin ritmo, sin son ni canción.
Los movimientos bruscos, la agresividad, manchaban por primera vez la calle del amor, las manos de ella se deslizaban por el cuerpo de el buscando una oportunidad, mientras que sus movimientos agresivos perdían el ritmo de baile.
La luz del poste reveló un secreto en las manos de ella, un revolver apuntaba a la sien de su pareja de baile, un revolver que brillaba en la ruta del amor, que en ese momento perdía su significado.
La mujer en tacones rojos y corto vestido negro, alumbrada por la luz intermitente y con su compañero, aun en posición de baile, petrificado frente a una mujer decidida a halar el gatillo.
Casi como ensayado, la mujer lo hizo, en la sien de su pareja, su pareja vulnerable con cara de sabe-lo-todo.
De su revolver salió la bala, cargada de malas intenciones, de burlas, con la intención de herir mortalmente y luego de esto la mujer corría con sus tacones, mientras la cabeza de su pareja derramaba sangre por toda la Ruta del amor, manchando todo con discordia, con celos, engaños y mentiras.
En la mañana yacía el cuerpo de aquel hombre, en una fría mesa de Morgue, sin los cálidos labios de su compañera de baile, con una cicatriz verdadera que lo cortaba en dos, un cráneo destrozado y en su dedo pulgar guindando una etiqueta que decía su nombre y más que su nombre, su verdadera identidad, su verdadero pecado y traición.
El forense limpia de sus manos la sangre derramada durante la autopsia, la sangre que una vez era su líquido vital ahora corría por el desagüe formando un río por el que se iban las lágrimas ya derramadas y las mañanas que ya nunca iba a presenciar, los sueños interrumpidos y las ilusiones rotas.
En la morgue todo era frío, los bisturís descansaban a la par de cuerpos inertes y en el centro de dos cuerpos desnudos y mutilados, el cuerpo del amante recibía una visita inesperada.
La de tacones rojos, entraba con la cabeza baja derramando lágrimas que le bañaban la cara, y cubierta por un velo negro, semejante a la de una viuda agonizante.
A la par del cuerpo de su víctima, derramaba lágrimas de mentiras, lágrimas ensayadas que caían en su escote.
Mientras el forense daba golpes, con intención de animarla, en su espalda; la mujer gritaba...
Pidió unos segundos a solas con el cuerpo, le guiño un ojo, sabía que había ganado el juego, el cuerpo ya estaba mutilado, así que se marcho sin levantar sospechas.
El Forense archivo el cuerpo, en una oscura bóveda, tan oscura como la ruta del amor con su poste eléctrico intermitente; escribió algunos números en el archivo y cerró la bóveda.
Y la Ruta del Amor se tiño de rojo y ya no habían enamorados que pasarán por ahí, la ruta del amor estaba maldita y solo el par de tacones rojos se atrevía a dar un paso alumbrada por la luz intermitente.
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