lunes, 24 de diciembre de 2012

Calle Bethlam


Entre las hojas caídas de los árboles volaba, junto con los vientos de diciembre, mi sotana como si se tratara de un objeto con vida propia.
Estreché el papel firmemente con mis manos haciéndolo un puño contra mi pecho, en el papel se leía una dirección escrita con una pluma negra y en letra cursiva: “Calle Bethlam, casa número 33” y unas indicaciones confusas de llamar a la puerta silenciosamente y preguntar por el señor Jacques, Andrew Jacques.
Tal vez los escalofríos que sentía al leer la rotulación de la calle eran producto de los vientos navideños o de las historias urbanas que inspiraban terror hacía la calle Bethlam, y es que siempre se había contado entre los ciudadanos aledaños toda clase de historias acerca de los habitantes de Bethlam y sus extraños acontecimientos, además se decía que Bethlam no era de fiar, nada de lo que pasaba era lo que parecía y su advertencia más poderosa, la que alejaba a los niños del lugar, rezaba que las personas cuerdas que entraban a Bethlam dejaban su cordura entre esos oscuros pasadillos, se contaban historias sobre turistas que ansiosos por comprobar las historias se internaban en este lugar y salían cambiados, diferentes, sin esencia o sufrían trágicos finales.
En mi mente recordaba todas esas advertencias y juegos de niños mientras con un pie me acercaba al inicio de Bethlam y con una mano apretaba fuertemente el papel con la dirección y el crucifijo en la otra. No entendía porque la diócesis me había enviado a este lugar, no entendía bien el motivo de mi llamado, pero al aceptar mi juramento acepte otros trabajos no tan agradables como este.
Finalmente, me adentré en este lugar; convenciéndome a mi mismo que todo eran supersticiones, simples historias para contar al aire libre y matar el tiempo, pero, aun así el vacío en el estomago seguía molestándome. Caminaba por la calle que me llevaría a la casa número 33, esperando no encontrar nada sorpresivo ni extraño en el camino y cuidando que mi cordura no se quedará atrás y siguiera dentro de la sotana.
 Mi paso era rápido y decidido entre la niebla, la oscuridad y el fuerte y frío viento de diciembre, a veces cerraba los ojos para evitar darle formas a las sombras que se dibujaban en las paredes, intentaba bloquear mi mente para evitar sentir los pasos que querían casi pisarme los talones y ahogar los recuerdos de las trágicas historias sobre Bethlam  con un Padrenuestro.
Caminé unos cuantos pasos antes de empezar a sentir como la decadencia de Bethlam se apoderaba de mí, de mis recuerdos, intentaba jugar con mi mente y también con mi cuerpo. Ahí, en lo alto de una casa, en frente de mis ojos; que se supone deben ser consagrados a cosas dignas de la bendición de Dios, pude ver como en el balcón de arriba una hermosa rubia; con pie de porcelana, desnuda se masturbaba frotando su clítoris, mientras que su bata traslúcida y su cabellera rubia eran soplados por el viento frío.
No pude continuar mi viaje, esto era algo insólito, sentía como desde debajo de mi sotana empezaba a crecer mi placer por verla desnuda buscando satisfacer sus necesidades públicamente, recordaba mis votos y mi misión en este lugar, recordaba que mis ojos habían sido consagrados para el  único propósito de ver cosas dignas de la bendición de Dios. La rubia se percato de mi mirada lujuriosa y manteniendo contacto visual directo conmigo siguió tocándose apasionadamente y esta vez me hablo desde sus hermosos labios rellenos:
-Padre, ¿Qué merece más la bendición de Dios, que la vagina de una mujer?- me dijo desde su balcón, con las piernas abiertas y en un tono sugestivo y delirante. Ante mi mirada atónita, siguió hablando siempre viendo directamente a mis ojos:
-Adóreme Padre, arrodíllese ante mi- me decía en un tono de voz siempre sugestivo, pero más en un tono de ruego o de plegaria.
Finalmente, al ver que yo no reaccionaba, pues estaba peleando con mis impulsos de la carne, sus plegarias y ruegos se empezaron a tornar desesperados y su mirada ya no estaba fija ante mis ojos, ahora estaba pérdida y sin vida…
-Adóreme Padre, arrodíllese ante mi- suplicaba a gritos.
En ese momento sentí legitimo miedo, el vacío en mi estómago crecía y crecía, sabía que era momento de seguir buscando la casa numero 33.
Pude notar algo en Bethlam, nunca  se sabía cuanto tiempo o cuanta distancia se había recorrido, solo sé que caminé hasta encontrar la otra casa que llamo enormemente mi atención. Era una casa enorme, demasiado grande en comparación con las demás y el material del que estaba hecho era de espejos. Las paredes, los techos e incluso los marcos de las ventanas eran de espejos.
Mientras contemplaba mi reflejo en los miles de espejos que formaban la casa, escuché unos fuertes suspiros de mujer venir desde adentro de la primera planta, mi curiosidad no me dejaba seguir caminando en búsqueda de mi destino, así que me asomé por una ventana y pude ver a una hermosa dama, de piel morena y ojos verdes peinar su cabellera negra frente a uno de los miles de espejos.; mientras observaba a la dama pude ver como mi reflejo cambiaba por el de ella y sus ojos verdes ya no inspiraban belleza ni decían nada de su alma, se veían más vacíos y de pronto, sin explicación alguna , los reflejos del exterior de la casa crecieron de estatura y su mirada se torno más malvada; cuando me disponía a seguir mi camino y poder salir de Bethlam rápidamente; escuché un estruendo  seguido por miles de pedacitos de cristal cayendo sobre la tierra. Cubrí mi cabeza y cerré los ojos  para protegerme de los espejos rotos, pero, cuando los abrí ya nada era como lo recordaba. Tal vez habían pasado años, pero ya no estaba en la casa de cristal.
Cuando abrí los ojos, estaba dentro de lo que parecía ser una casa; solo quería pedir ayuda, me sentía abandonado, tenía miedo y el rosario no era un arma poderosa en ese lugar, ninguna de mis plegarias funcionaba; parecía que mi dios me había abandonado o que Bethlam había abandonado a dios.
Levanté la mirada, para ver una casa dividida en dos. En el lado izquierdo podía ver un hombre sentado en una silla de madera, con una atmósfera casi impenetrable. Sus ojos estaban fijos contra la pared totalmente gris, sus manos colgando a ambos lados y en su rostro una sonrisa que no reflejaba nada, una sonrisa casi dibujada o programada.
Miré a la derecha y me encontré a un hombre exactamente igual al de la izquierda, vistiendo delicados y extravagantes ropajes, con plumas, colores y finas telas; a diferencia del izquierdo.
Se arrodilló en frente de mis ojos y pidió una bendición, mientras besaba el rosario, que aún sujetaba entre mis manos.
Lo bendije en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, una bendición inútil; si dios ya había abandonado a Bethlam o Bethlam a dios. Cuando terminé de otorgarle la bendición,le pedí que me llevará a a la casa 33; el hombre me miró fijamente y con una sonrisa burlona azotó fuertemente su ropa al alfombrado.
Lo primero que vi luego del rostro de aquel personaje, fue un número de casa…. 32, aún no había llegado a mi destino, pero este lugar me inspiraba tanta curiosidad como los demás. Adentro habitaba un hombre que se percibía furioso, la mitad de su casa era totalmente blanca y fría, la otra mitad era de un rojo sangre y caliente.
Intenté hablar con el hombre y pedirle que me llevara a la casa número 33, pero el hombre no podía parar de llorar, de reír… de llorar de nuevo.
Intentaba hablar con el hombre, pero el no podía parar de gritar, de llorar, de reir, de gritar, de llorar…
Finalmente, agotado por mi viaje, me senté en el límite que separaba la mitad caliente y la mitad fría y cerré los ojos, cuando los abrí pude observar un número 33 distinguido entre la niebla.
Extrañamente, la puerta permanecía cerrada, entonces seguí las instrucciones; llamé al señor Jacques, Andrew Jacques mientras tocaba la puerta con mis nudillos congelados, se sentía un tanto extraño llamar a mi propio nombre.
Finalmente la puerta se abrió revelando la casa, esta casa si se sentía como el hogar; no como el pequeño cuarto debajo de la iglesia.
Esta casa número 33 si se sentía como un hogar y por supuesto, sus vecinos eran mucho más interesantes.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Oda a la menstruación

Entre sus muslos, se siente el manantial caliente que baja desde el vientre, sangre roja, sangre luchadora.
Imitando así a los arquetipos femeninos, a la Madre Tierra, a la Luna.

Así como hijas de nuestra Madre, la Madre de todas y todos, nos engendra y fluyen de sus entrañas en forma de atardeceres y manantiales, no de agua pura, si no rojo sangre luchadora.

Y su compañera la Luna, su compañera la Luna nos entiende a las hijas de la tierra, ella es cíclica así como lo somos nosotras, se reinventa, renace, se muestra y se desnuda por épocas y en una determinada fecha se tiñe de rojo en forma de eclipse, tiñe de rojo el cielo nocturno, así como nuestra Madre tiñe de rojo los atardeceres desde su propio vientre.

La primera mujer que relata la biblia fue Eva, en sentido religioso Eva es el útero que engendró a los hijos de Eva que los cargo desde su vientre, Eva fue quién fertilizo los campos del Edén; aquella morada paradisíaca, fue fertilizada por la sangre que emergió desde su vientre, fertilizando los campos del Edén con su sangre menstrual.

Siguiendo con los arquetipos bíblicos, esta también María, la presunta virgen, madre de Jesus; que también tuvo que sangrar a través de su vagina y manchar sus pulcros vestidos de sangre, para ser fértil y engendrar a un niño, en el verdadero cáliz de su útero.

Y a pesar de esto, de ver a nuestros arquetipos femeninos sangrar desde lo más profundo de sus entrañas, como símbolo de fertilidad y feminidad; a pesar de esto una niña de diez, once, doce años; recibe su menarca con profunda tristeza y vergüenza.
Y esta niña, hija de su Madre Tierra, aprende a vivir rodeada de compresas y tampones, para esconder su flujo de la gente, de los hombres y mujeres, para esconder el símbolo de la vida de los demás, a pesar de que esto retenga su escencia de mujer.

Es como vive esta niña, ahora mujer, cuando se sienta solo a ver un basurero lleno de compresas con sangre, con el constante miedo de tener las ropas manchadas del flujo que realmente significa vida.
Esta mujer, camina por las calles, con miedo a que alguien note su letra escarlata, en vez de sentirse mujer fértil, hija predilecta de su Madre, la Madre de todos.

Cuando, como mujeres nos damos cuenta que sentimos cólicos y calambres en ese momento del mes y lo convertimos como indeseado, estamos rechazando nuestro nacimiento, a nuestra Madre original y biológica; estamos rechazando nuestra feminidad. Con el dolor llegan nuevas oportunidades, llegan nuevos ciclos.
El anuncio del cumplimiento de un ciclo, de un ciclo de una hechicera, cuyo numero mágico en 28.

Son 28 días para que sea ella, más de lo que no lo fue antes,para que su sensibilidad transpire mágicamente  a través de su cuerpo, para que se atreva a ser la mujer que es y libere a la manada de sentimientos que hay en ella, a veces atrapados muy en el fondo de su alma, que la esencia de su sangre puede sacar a flor de piel.

Es cierto, no es como lo muestran en los anuncios de televisión, no es un líquido azul que sale de tu vagina, es sangre,un color mucho más pasional, son para algunas días de dolor; dolor que según muchos investigadores sobre el tema podríamos prevenir con orgasmos, la masturbación en tiempos de período... La masturbación, el santo remedio. Remedios tan fáciles como volver a ser una con nuestro útero, el lugar donde empieza la vida, el santuario de paz.

Muchas mujeres desean llegar a la menopausia. Deberíamos ver la menopausia, como la culminación de un ciclo, así como nuestra hermana Luna, un ciclo donde no dejamos de ser mujeres; solo nos convertimos en mujeres diferentes, más sabias; donde el propósito de nuestro útero, este físicamente en nuestro cuerpo o no, cambia.
Digo físicamente, porque aunque no este ahí el órgano, la fuente de vida se queda, fuente de creatividad, de feminidad, fuente de paz y alegría de la vida.

Las hijas de la Madre Tierra, deberíamos ser capaces de disfrutar del olor y color de nuestra esencia, que no sea un tabú, si no la celebración de la culminación e inicio de un nuevo ciclo, no un objeto de verguenza si las ropas blancas se manchan de un hilo rojo; si no la marca de una celebración de vida. Es el símbolo de vida.
Esto es una oda, porque no es una maldición, es una oda de reconiliación, es una oda de promesa, una promesa de llegar a ser una sola con mi útero, de respetar mi cuerpo y celebrar sus cambios y estados cíclicos de vez en mes.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sinfonía delirante


Entré a su cuarto, solo para encontrarla en una posición totalmente aturdida, tratando de calmarse a sí misma, reconfortando sus sentidos y pensamientos. La vi desnuda enrollada entre su propio cuerpo, con los senos escondidos y la cabeza baja.

Entré por la puerta y sin estar completamente decidido, me senté a la par suya, dubitativo tomé su mano en una expresión de acompañamiento, realmente no sabía si podría acompañarla o si mi sola presencia la hacía   recordar lo que había pasado esta tarde. 



Juliette era una joven hermosa, tenía una figura envidiable, un par de ojos muy tímidos y verdes; un verde brillante e inocente, tez blanca; como la piel de una indefensa oveja y unos labios prominentes y rojos. Siempre caminaba con la cabeza baja, murmurando cosas para sí misma; tenía un comportamiento extraño hacía todos nosotros y sin embargo, era la tentación de cualquier hombre y unas cuántas mujeres. Teníamos un sueño, el sueño de arrancarle la enagua del colegio y arrodillarla en frente nuestro, verla vulnerable y tímida; verla temblando de miedo, ver sus lágrimas caer por esas blancas mejillas. 
Era una fantasía colectiva, yo podía leer la expresión de todos, era como si caminara dentro de una jungla llena de leones hambrientos, ella, la indefensa ovejita blanca. 


Desperté de mi sueño y Julliete dormía a dos cuartos del mío, vulnerable, en su estado de conciencia alterado no podría si quiera despertar a los demás, mis párpados se cerraban otra vez. 

Julliette era una joven hermosa, importada de la lejana Francia, sus padres habían venido hasta aquí, cuando ella era solo una bebe de brillantes ojos verdes, todos soñábamos con Julliette y yo podía ver las miradas en sus caras, todos soñábamos con ella. Nadie nunca se atrevía a decirlo, pero, yo lo sabía. Algunos le tenían compasión, por su historia, por la reciente muerte de su madre y todos los problemas que murmuraba cuando caminaba. 
Aveces pensábamos que no tenía que ser así, que los sueños se podían quedar en lo que eran, sueños y fantasías.  Pero, el deseo se volvía insoportable, las gotas de sudor bajaban por nuestros cuerpos y nuestras mentes nos lo imploraban, casi lo gritaban... La ovejita debía ser nuestra, la ovejita blanca. 


Tenía que ser el día de hoy, ya no había salida ni vuelta atrás, yo sabía que todos la deseábamos y no había otra forma para alimentarnos, nuestros instintos animales se despertaban con cada paso que daba, con cada palabra que susurraba, con cada vistazo escondido a sus nalgas debajo de la enagua y en especial, con una mirada de sus brillantes ojos verdes, que parecían implorar algo, parecían pedir piedad y la piedad; la piedad, eso sí que nos excitaba. 
Debíamos preparar todo para la ocasión, tal vez poner un poco de música, aunque suene cliché. Era la realización de mis sueños. ¿Como no emocionarme en sobremanera? 
Podría dejar de soñar. 
Se veía indefensa detrás de la cortina de cristal, sentada ahí, encendiendo un cigarro, mirando la televisión; quería que se tocará, quería verla tocarse retorciéndose del placer. 

¿Cuánto había pasado desde que me senté detrás de la cortina de cristal? Ahora la veía dormir, en su estado alterado de conciencia, nadie se daría cuenta y tal vez era la hora. 
Algunos susurraban que era muy pronto y otros que ya era demasiado tarde, pero, en el fondo yo sabía.. Todos la deseábamos. 

En unos minutos la tendríamos, si todo salía de acuerdo al plan, solo unos minutos. Algunos decían que no debíamos y yo lo sabía, créanme que lo sabía, no debía hacerlo y aún así, era imposible; yo quiero cumplir mi sueño y mi sueño, es decir, nuestro sueño es Julliete, son esos muslos, esos senos, ese vientre, esas nalgas y esos ojos implorando compasión, verdes. 
Caminaba por el pasillo y nosotros la observábamos, era la hora de atacar. 

Era la manada de leones, contra una sola mujer, una mujer hermosa de tez blanca. Primero, la llamé por su nombre; pero, solo corría más rápido. No podíamos fallar, así que abrí la puerta del baño y jale de su brazo con fuerza, empuje su cuerpo contra la puerta, la empujé y me excité, mi excitación subía hasta la coronilla de mi cabeza mientras la acorralábamos para comerla, algunos susurraban; pero ya sabíamos que este era el momento y no había marcha atrás.

Quería que implorara, quería que se humillara y me pidiera que la dejará ir y eso hacía ella; gritaba y lloraba, lloraba con esos ojos verdes tímidos y dulces.
Le arranqué la ropa, me sentía excitado, a toda la manada nos invadió la adrenalina y perdimos la razón.
De repente, la vi toda desnuda y mi cuerpo cantaba, mi cuerpo hacía música. La música de sus plegarias entraba por mis oídos, por las palmas de mis manos y por mis ojos.

Deseábamos penetrarla, pero, ya no había nadie ahí. Ella gritaba y de pronto, ya no había nadie ahí,


Estaba en una posición totalmente aturdida, tratando de reconfortarse y yo no sabía si estrechar su mano o quedarme en silencio. Nosotros ya no sabíamos si queríamos, parpadeaba de nuevo.

La miré a sus ojos verdes y el bulto del vientre, hasta que se desvaneció frente a mis ojos, nuestros ojos... mis ojos.


Entré a su cuarto, solo para encontrarme la imagen de su cama vacía; a través de la cortina de cristal.