miércoles, 5 de diciembre de 2012

Sinfonía delirante


Entré a su cuarto, solo para encontrarla en una posición totalmente aturdida, tratando de calmarse a sí misma, reconfortando sus sentidos y pensamientos. La vi desnuda enrollada entre su propio cuerpo, con los senos escondidos y la cabeza baja.

Entré por la puerta y sin estar completamente decidido, me senté a la par suya, dubitativo tomé su mano en una expresión de acompañamiento, realmente no sabía si podría acompañarla o si mi sola presencia la hacía   recordar lo que había pasado esta tarde. 



Juliette era una joven hermosa, tenía una figura envidiable, un par de ojos muy tímidos y verdes; un verde brillante e inocente, tez blanca; como la piel de una indefensa oveja y unos labios prominentes y rojos. Siempre caminaba con la cabeza baja, murmurando cosas para sí misma; tenía un comportamiento extraño hacía todos nosotros y sin embargo, era la tentación de cualquier hombre y unas cuántas mujeres. Teníamos un sueño, el sueño de arrancarle la enagua del colegio y arrodillarla en frente nuestro, verla vulnerable y tímida; verla temblando de miedo, ver sus lágrimas caer por esas blancas mejillas. 
Era una fantasía colectiva, yo podía leer la expresión de todos, era como si caminara dentro de una jungla llena de leones hambrientos, ella, la indefensa ovejita blanca. 


Desperté de mi sueño y Julliete dormía a dos cuartos del mío, vulnerable, en su estado de conciencia alterado no podría si quiera despertar a los demás, mis párpados se cerraban otra vez. 

Julliette era una joven hermosa, importada de la lejana Francia, sus padres habían venido hasta aquí, cuando ella era solo una bebe de brillantes ojos verdes, todos soñábamos con Julliette y yo podía ver las miradas en sus caras, todos soñábamos con ella. Nadie nunca se atrevía a decirlo, pero, yo lo sabía. Algunos le tenían compasión, por su historia, por la reciente muerte de su madre y todos los problemas que murmuraba cuando caminaba. 
Aveces pensábamos que no tenía que ser así, que los sueños se podían quedar en lo que eran, sueños y fantasías.  Pero, el deseo se volvía insoportable, las gotas de sudor bajaban por nuestros cuerpos y nuestras mentes nos lo imploraban, casi lo gritaban... La ovejita debía ser nuestra, la ovejita blanca. 


Tenía que ser el día de hoy, ya no había salida ni vuelta atrás, yo sabía que todos la deseábamos y no había otra forma para alimentarnos, nuestros instintos animales se despertaban con cada paso que daba, con cada palabra que susurraba, con cada vistazo escondido a sus nalgas debajo de la enagua y en especial, con una mirada de sus brillantes ojos verdes, que parecían implorar algo, parecían pedir piedad y la piedad; la piedad, eso sí que nos excitaba. 
Debíamos preparar todo para la ocasión, tal vez poner un poco de música, aunque suene cliché. Era la realización de mis sueños. ¿Como no emocionarme en sobremanera? 
Podría dejar de soñar. 
Se veía indefensa detrás de la cortina de cristal, sentada ahí, encendiendo un cigarro, mirando la televisión; quería que se tocará, quería verla tocarse retorciéndose del placer. 

¿Cuánto había pasado desde que me senté detrás de la cortina de cristal? Ahora la veía dormir, en su estado alterado de conciencia, nadie se daría cuenta y tal vez era la hora. 
Algunos susurraban que era muy pronto y otros que ya era demasiado tarde, pero, en el fondo yo sabía.. Todos la deseábamos. 

En unos minutos la tendríamos, si todo salía de acuerdo al plan, solo unos minutos. Algunos decían que no debíamos y yo lo sabía, créanme que lo sabía, no debía hacerlo y aún así, era imposible; yo quiero cumplir mi sueño y mi sueño, es decir, nuestro sueño es Julliete, son esos muslos, esos senos, ese vientre, esas nalgas y esos ojos implorando compasión, verdes. 
Caminaba por el pasillo y nosotros la observábamos, era la hora de atacar. 

Era la manada de leones, contra una sola mujer, una mujer hermosa de tez blanca. Primero, la llamé por su nombre; pero, solo corría más rápido. No podíamos fallar, así que abrí la puerta del baño y jale de su brazo con fuerza, empuje su cuerpo contra la puerta, la empujé y me excité, mi excitación subía hasta la coronilla de mi cabeza mientras la acorralábamos para comerla, algunos susurraban; pero ya sabíamos que este era el momento y no había marcha atrás.

Quería que implorara, quería que se humillara y me pidiera que la dejará ir y eso hacía ella; gritaba y lloraba, lloraba con esos ojos verdes tímidos y dulces.
Le arranqué la ropa, me sentía excitado, a toda la manada nos invadió la adrenalina y perdimos la razón.
De repente, la vi toda desnuda y mi cuerpo cantaba, mi cuerpo hacía música. La música de sus plegarias entraba por mis oídos, por las palmas de mis manos y por mis ojos.

Deseábamos penetrarla, pero, ya no había nadie ahí. Ella gritaba y de pronto, ya no había nadie ahí,


Estaba en una posición totalmente aturdida, tratando de reconfortarse y yo no sabía si estrechar su mano o quedarme en silencio. Nosotros ya no sabíamos si queríamos, parpadeaba de nuevo.

La miré a sus ojos verdes y el bulto del vientre, hasta que se desvaneció frente a mis ojos, nuestros ojos... mis ojos.


Entré a su cuarto, solo para encontrarme la imagen de su cama vacía; a través de la cortina de cristal.













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