Entre las hojas caídas de los árboles volaba, junto con los
vientos de diciembre, mi sotana como si se tratara de un objeto con vida
propia.
Estreché el papel firmemente con mis manos haciéndolo un
puño contra mi pecho, en el papel se leía una dirección escrita con una pluma
negra y en letra cursiva: “Calle Bethlam, casa número 33” y unas indicaciones
confusas de llamar a la puerta silenciosamente y preguntar por el señor
Jacques, Andrew Jacques.
Tal vez los escalofríos que sentía al leer la rotulación de
la calle eran producto de los vientos navideños o de las historias urbanas que
inspiraban terror hacía la calle Bethlam, y es que siempre se había contado
entre los ciudadanos aledaños toda clase de historias acerca de los habitantes
de Bethlam y sus extraños acontecimientos, además se decía que Bethlam no era
de fiar, nada de lo que pasaba era lo que parecía y su advertencia más
poderosa, la que alejaba a los niños del lugar, rezaba que las personas cuerdas
que entraban a Bethlam dejaban su cordura entre esos oscuros pasadillos, se
contaban historias sobre turistas que ansiosos por comprobar las historias se
internaban en este lugar y salían cambiados, diferentes, sin esencia o sufrían
trágicos finales.
En mi mente recordaba todas esas advertencias y juegos de
niños mientras con un pie me acercaba al inicio de Bethlam y con una mano
apretaba fuertemente el papel con la dirección y el crucifijo en la otra. No
entendía porque la diócesis me había enviado a este lugar, no entendía bien el
motivo de mi llamado, pero al aceptar mi juramento acepte otros trabajos no tan
agradables como este.
Finalmente, me adentré en este lugar; convenciéndome a mi
mismo que todo eran supersticiones, simples historias para contar al aire libre
y matar el tiempo, pero, aun así el vacío en el estomago seguía molestándome.
Caminaba por la calle que me llevaría a la casa número 33, esperando no
encontrar nada sorpresivo ni extraño en el camino y cuidando que mi cordura no
se quedará atrás y siguiera dentro de la sotana.
Mi paso era rápido y
decidido entre la niebla, la oscuridad y el fuerte y frío viento de diciembre,
a veces cerraba los ojos para evitar darle formas a las sombras que se
dibujaban en las paredes, intentaba bloquear mi mente para evitar sentir los
pasos que querían casi pisarme los talones y ahogar los recuerdos de las
trágicas historias sobre Bethlam con un
Padrenuestro.
Caminé unos cuantos pasos antes de empezar a sentir como la
decadencia de Bethlam se apoderaba de mí, de mis recuerdos, intentaba jugar con
mi mente y también con mi cuerpo. Ahí, en lo alto de una casa, en frente de mis
ojos; que se supone deben ser consagrados a cosas dignas de la bendición de
Dios, pude ver como en el balcón de arriba una hermosa rubia; con pie de
porcelana, desnuda se masturbaba frotando su clítoris, mientras que su bata
traslúcida y su cabellera rubia eran soplados por el viento frío.
No pude continuar mi viaje, esto era algo insólito, sentía
como desde debajo de mi sotana empezaba a crecer mi placer por verla desnuda
buscando satisfacer sus necesidades públicamente, recordaba mis votos y mi
misión en este lugar, recordaba que mis ojos habían sido consagrados para
el único propósito de ver cosas dignas
de la bendición de Dios. La rubia se percato de mi mirada lujuriosa y
manteniendo contacto visual directo conmigo siguió tocándose apasionadamente y
esta vez me hablo desde sus hermosos labios rellenos:
-Padre, ¿Qué merece más la bendición de Dios, que la vagina
de una mujer?- me dijo desde su balcón, con las piernas abiertas y en un tono
sugestivo y delirante. Ante mi mirada atónita, siguió hablando siempre viendo
directamente a mis ojos:
-Adóreme Padre, arrodíllese ante mi- me decía en un tono de
voz siempre sugestivo, pero más en un tono de ruego o de plegaria.
Finalmente, al ver que yo no reaccionaba, pues estaba peleando
con mis impulsos de la carne, sus plegarias y ruegos se empezaron a tornar
desesperados y su mirada ya no estaba fija ante mis ojos, ahora estaba pérdida
y sin vida…
-Adóreme Padre, arrodíllese ante mi- suplicaba a gritos.
En ese momento sentí legitimo miedo, el vacío en mi estómago
crecía y crecía, sabía que era momento de seguir buscando la casa numero 33.
Pude notar algo en Bethlam, nunca se sabía cuanto tiempo o cuanta distancia se
había recorrido, solo sé que caminé hasta encontrar la otra casa que llamo
enormemente mi atención. Era una casa enorme, demasiado grande en comparación
con las demás y el material del que estaba hecho era de espejos. Las paredes,
los techos e incluso los marcos de las ventanas eran de espejos.
Mientras contemplaba mi reflejo en los miles de espejos que
formaban la casa, escuché unos fuertes suspiros de mujer venir desde adentro de
la primera planta, mi curiosidad no me dejaba seguir caminando en búsqueda de
mi destino, así que me asomé por una ventana y pude ver a una hermosa dama, de
piel morena y ojos verdes peinar su cabellera negra frente a uno de los miles
de espejos.; mientras observaba a la dama pude ver como mi reflejo cambiaba por
el de ella y sus ojos verdes ya no inspiraban belleza ni decían nada de su
alma, se veían más vacíos y de pronto, sin explicación alguna , los reflejos
del exterior de la casa crecieron de estatura y su mirada se torno más malvada;
cuando me disponía a seguir mi camino y poder salir de Bethlam rápidamente;
escuché un estruendo seguido por miles
de pedacitos de cristal cayendo sobre la tierra. Cubrí mi cabeza y cerré los
ojos para protegerme de los espejos
rotos, pero, cuando los abrí ya nada era como lo recordaba. Tal vez habían
pasado años, pero ya no estaba en la casa de cristal.
Cuando abrí los ojos, estaba dentro de lo que parecía ser
una casa; solo quería pedir ayuda, me sentía abandonado, tenía miedo y el
rosario no era un arma poderosa en ese lugar, ninguna de mis plegarias
funcionaba; parecía que mi dios me había abandonado o que Bethlam había
abandonado a dios.
Levanté la mirada, para ver una casa dividida en dos. En el
lado izquierdo podía ver un hombre sentado en una silla de madera, con una
atmósfera casi impenetrable. Sus ojos estaban fijos contra la pared totalmente
gris, sus manos colgando a ambos lados y en su rostro una sonrisa que no
reflejaba nada, una sonrisa casi dibujada o programada.
Miré a la derecha y me encontré a un hombre exactamente
igual al de la izquierda, vistiendo delicados y extravagantes ropajes, con
plumas, colores y finas telas; a diferencia del izquierdo.
Se arrodilló en frente de mis ojos y pidió una bendición,
mientras besaba el rosario, que aún sujetaba entre mis manos.
Lo bendije en el nombre del padre, del hijo y del espíritu
santo, una bendición inútil; si dios ya había abandonado a Bethlam o Bethlam a
dios. Cuando terminé de otorgarle la bendición,le pedí que me llevará a a la
casa 33; el hombre me miró fijamente y con una sonrisa burlona azotó
fuertemente su ropa al alfombrado.
Lo primero que vi luego del rostro de aquel personaje, fue
un número de casa…. 32, aún no había llegado a mi destino, pero este lugar me
inspiraba tanta curiosidad como los demás. Adentro habitaba un hombre que se
percibía furioso, la mitad de su casa era totalmente blanca y fría, la otra
mitad era de un rojo sangre y caliente.
Intenté hablar con el hombre y pedirle que me llevara a la
casa número 33, pero el hombre no podía parar de llorar, de reír… de llorar de
nuevo.
Intentaba hablar con el hombre, pero el no podía parar de
gritar, de llorar, de reir, de gritar, de llorar…
Finalmente, agotado por mi viaje, me senté en el límite que
separaba la mitad caliente y la mitad fría y cerré los ojos, cuando los abrí
pude observar un número 33 distinguido entre la niebla.
Extrañamente, la puerta permanecía cerrada, entonces seguí
las instrucciones; llamé al señor Jacques, Andrew Jacques mientras tocaba la
puerta con mis nudillos congelados, se sentía un tanto extraño llamar a mi
propio nombre.
Finalmente la puerta se abrió revelando la casa, esta casa
si se sentía como el hogar; no como el pequeño cuarto debajo de la iglesia.
Esta casa número 33 si se sentía como un hogar y por
supuesto, sus vecinos eran mucho más interesantes.
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