Según estadísticas de
la Renfrew Center Foundation, una fundación dedicada a trabajar con personas
que padecen de trastornos alimenticios, 1 de cada 5 mujeres sufren o han
sufrido de algún trastorno alimenticio, los trastornos alimenticios tienen el
mayor índice de mortalidad que cualquier otra enfermedad mental; las
estadísticas también muestran que es cada vez más temprano que las mujeres
empiezan a experimentar rechazo por sus propios cuerpos, ya que el 50% de las niñas de
11 y 13 años se consideran con sobrepeso.
Lo más preocupante de
estos números, es que detrás de ellos hay una mujer; una mujer con un gran
potencial encerrado en una prisión de pensamientos negativos, una mujer que ha
ideado distintas formas de “escapar” de su cuerpo; de la herramienta de trabajo
que está más a su alcance, de su hogar y de lo que más la representa, sus
habilidades y talentos.
Las estadísticas son
escalofriantes y desoladoras y más allá de pensar que estas mujeres deben ser
curadas de sus enfermedades, es necesario curarnos cada uno de nosotros; nuestro
pensamiento, en general en una sociedad que nos ha enseñado a odiarnos, a que
sencillamente nunca podríamos ser “suficientes”.
Somos y hemos sido
por muchos años, los y las hijos e hijas de una sociedad enferma. Podría
encontrar en mi alrededor mientras escribo, al menos tres revistas que
reproduzcan estereotipos de género, ninguna portada que retrate una mujer
diferente a la típica mujer europea, al encender la televisión encontraré
anuncios que me digan cual es mi papel como mujer, que debo comprar para ser
bonita y me recomienden batidos, ejercicios, dietas, aparatos y fajas para ser
delgada; además cuando empiece el programa retratarán a una mujer sumisa,
compradora compulsiva y estereotipada.
Analicemos el día de
una mujer; una mujer que se levanta en
la mañana a ver el periódico y ve en su portada a otra mujer, con poca ropa;
una sonrisa vacía y probablemente unos cientos de retoques en "photoshop", a la
par de las relevantes noticias nacionales; así a un lado como un sedante, o un distractor político.
Se alista para ir a
hacer sus actividades, y se tiene que mirar en el espejo; sí, se tiene que
mirar en el espejo, porque el espejo está ahí, mirándola a ella.
Se desnuda y se da
cuenta que no es la modelo europea que acaba de ver en la estantería de
revistas anunciando un perfume, o que no tiene las siliconadas tetas de la
mujer en el anuncio de llantas; en lugar de eso se encuentra un par de
prominentes rollos de grasa en su estómago, una nueva estría y unos muslos "demasiado grandes".
Estos pequeños
detalles, no imperfecciones como nos han enseñado; solo detalles,
características propias de nuestro cuerpo femenino, algunas de nosotras podríamos ver que nuestros ojos hermosos funcionan a la perfección, en ves ver piernas que nos permiten bailar y caminar; vemos piernas demasiado gruesas, ignoramos las manos con
las que podemos crear y el reflejo que nos mira al otro lado del espejo, deja
de ser un arma para salir adelante; un instrumento de trabajo, nuestro
caparazón, nuestro hogar; para terminar siendo un calvario, “algo” que necesita
ser escondido y en el mejor de los casos “cambiado”.
Luego de esta mezcla de pensamientos acerca de su cuerpo, la
mujer en cuestión, busca entre su ropa algo que le permita esconder, lo que
ella cree, son defectos y acentuar, lo que fue enseñada, ser sus virtudes; se
pinta la cara con toneladas de maquillaje, porque se noto algunas marcas y se sube el
escote, porque tiene que pasar por alguna calle transitada y no quiere escuchar
hombres silbando o diciéndole groserías o en el peor de los casos tocándola sin
su autorización.
Y es que, no somos
solo las mujeres, quienes hemos sido condicionadas por la sociedad enferma y
contaminada; los hombres también han sido afectados. Desde niños, se les enseña
a ver a la mujer como un objeto, en la publicidad, dentro de las familias; como
la “ama de casa”, tienen acceso a material sexual en el que se retrata a la
mujer como un objeto que debe estar al alcance del hombre cuando él lo
requiera; se le dicta que debe ser fuerte, que debe ser protector y proveedor,
debe tener mujeres sumisas; si tenerlas, poseerlas como si se pudieran comprar
y acomodarlas en un estante de la casa.
Luego, la mujer de
nuestra historia; debe caminar insegura, a paso rápido, con la mano atrás en
las nalgas; como me enseño mi mamá alguna vez a caminar, llegar a un trabajo donde, probablemente y
como muestran los números sea discriminada, su voz sea enmudecida y reciba
una recompensa económica menor a la que reciben sus compañeros hombres.
Es comprensible, que
al llegar a casa, quiera leer todas las etiquetas de los alimentos que va a
consumir, porque tal vez la mujer de la portada de la revista de la tienda; esa
mujer europea con huesos prominentes, tal vez sus ideas si sean valoradas, al
fin y al cabo figura en la portada de una importante revista.
La sociedad nos mata
diariamente, niñas, adolescentes y adultas indiscriminadamente mueren a causa
de trastornos alimenticios, de violencia de género, suicidio y otros cientos de
males provocados por una sociedad que nos dice cómo debemos de vernos, actuar y
pensar; nos enferma y nos destruye; y esencialmente nos suministra anestesia
para ignorar nuestro alrededor.
El sistema es cruel,
pero, funciona. Nos retratan al estereotipo de un cuerpo femenino, que en su
gran mayoría ninguna de nosotras podría alcanzar, nos distraemos tanto en la
forma en que lucen nuestro cuerpo que olvidamos, que hemos sido condicionadas
y como resultado del plan perfecto del sistema; olvidamos que esos cuerpos son las
verdaderas herramientas que tenemos, que ese cuerpo sirve para comunicar y para
trabajar, que ese es nuestro cuerpo y esa es su forma, nos ocupan tanto el
pensamiento en los “cambios” que debemos hacerle que nos permitimos olvidar el
cambio verdaderamente grande e importante que podemos hacer con ellos.
Como colectivo
femenino, hemos sido discriminadas a lo largo de la historia, retratadas como personas
“tontas”, sin nada importante que decir, como mujeres, hemos sido silenciadas,
usadas como objetos para la publicidad y como compradoras compulsivas de
artículos que nos ayuden a bajar de peso o a eliminar aquellos “defectos” que
la sociedad nos ha enseñado que tenemos, hemos sido condicionadas a utilizar
los servicios médicos para extraer grasa de “lugares incómodos”, para comprar
fajas, maquillaje y todo aquel producto que se autoproclame como útil para
modelar nuestros cuerpos en el estereotipado y alterado cuerpo de mujer de
revista.
Sin embargo,hay un arma poderosa, está a nuestro alcance, más cerca de lo que podemos llegar a creer;
habita dentro de nosotras y es la mayor arma para empezar la revolución
femenina,es la aceptación de nuestros propios cuerpos.
Creo fielmente, que el primer
paso para iniciar la revolución femenina, de la cual tantas libertadoras han
soñado y muchas de nosotras también hemos soñado; es empezar a aceptar
nuestros cuerpos, ellos son nuestras armas más poderosas. Una mujer que se ama
a sí misma y que acepta a su cuerpo es peligrosa; es una verdadera amenaza al
sistema.
Una mujer que se ama
a sí misma, empieza a explorar su propia sexualidad; deja de comprar tantos
libros de dietas e instrumentos para bajar de peso, se empieza a preocupar más
por los temas políticos a su alrededor que por los carbohidratos de su comida,
empieza a hablar y callar menos, se viste como ella desea y esto es una
amenaza al sistema en el que vivimos y un alma letal para el patriarcado.
Una mujer que se ama
a sí misma, es lo que puede acabar con el sistema y la sociedad en la que
vivimos, esa sociedad asesina; esa sociedad que nos mantiene enfermas y
prisioneras.
Es la hora, de romper
con los esquemas y constructos sociales de belleza, es la hora de dejar de
sabotear a nuestras hermanas mujeres, dejar de ser crueles y atacar sus
cuerpos, es la hora de unirnos como colectivo femenino y hacer que los
esfuerzos de nuestras hermanas que nos precedieron valgan la pena, es la hora
de empezar a pensar por nosotras mismas, es la hora de educar a las niñas en el
amor a su propio cuerpo, a la diversidad que hay en ellos, es la hora de
enseñarles lo que son capaces de hacer, es la hora de enseñarles su belleza y
potencial.
Es la hora de
mirarnos al espejo y ver un cuerpo, un cuerpo hermoso y funcional, un cuerpo
capaz de hacer cosas que no podemos imaginar, un cuerpo capaz de comunicar
ideas y una mente capaz de ignorar el bombardeo constante de una sociedad
enferma, para poder curarse a sí misa y ayudar a otras hermanas a curarse también.
Sí todas las mujeres pudiéramos,
hablando a modo de utopía, estar satisfechas con las formas de nuestros
cuerpos, la forma en que cada rollito significa una cena con amigas, en que esa
estría significan los cambios por los que atravezamos en la adolescencia, ese vello corporal nos hace
humanas, de que esas arrugas son años de sabiduría; en la medida en que todas
nosotras entendiéramos eso, al sistema no le quedarían objetos, no le quedaría
a quién venderle los métodos para adelgazar, las tantas cirugías plásticas o las
cremas anti celulitis.
Si algún día todas pudiéramos
amarnos a nosotras mismas, podríamos sacar a lucir la fortaleza y belleza de
nuestros cuerpos y de nuestras mentes y al fin poder venos al espejo con una
mirada satisfecha y así, algún día la enferma sociedad se quedaría sin público
a quién enfermar y el sistema sin mujeres a quienes engañar y por fin habríamos
logrado el cambio por el cual hemos luchado tanto.
Parece una irrealidad
pensar que con solo amarnos y aceptarnos a nosotras mismas, podemos lograr que
los problemas con temática de género desaparezcan; y probablemente sea cierto,
pero, en la medida de que nos aceptemos y nos demos cuenta del verdadero poder
de cambio que tenemos, podemos actuar y visibilizarnos y el cambio, no será tan
irreal después de todo.
El cambio empieza
desde nosotras mismas, un cambio que nos ayuda desde ser más felices, hasta
prevenir muertes. ¿Estas preparada para iniciar la revolución desde la
intimidad de tu espejo?
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